lunes, 14 de julio de 2008

LOS ESCONDITES DE LA REALIDAD




LOS ESCONDITES DE LA REALIDAD


Quien se calla lo que piensa nunca se atreverá a pensar lo que sueña y por lo tanto nunca será libre de su propia realidad sino que ésta tomara un buro, un bulto de ropa, un cajón, una calle, un teléfono, una trompeta, cualquier cosa que tenga forma de escondite para ocultarse.


A mi dulce locura.




Ensayo a una sola voz y diez dedos:


PARTE UNO
La habitación de Dulce provoca desconcierto si de orden se trata. En el suelo yacen tiradas ropas de un lado y otro como si se formase una gloriosa llanura de ropas verdes, rojas y blancas encima del piso adoquinado y que a lo lejos forman un cuadro meramente patriótico. En aquella meseta de ropas sucias se halla un primer escondite de la realidad.
Aquella tarde en que la vida me pareció más breve de lo que pensaba invadí sin culpas la habitación de Dulce. De inmediato me tumbe en su cama haciendo a un lado la planicie de ropas.
La casa estaba en ruinas, lo único que seguía en pie era precisamente la habitación además de ecos infantiles presentes entre los muros viejos de madera; tonalidades entremezclados de risas y llantos, causando en mí un sentido de nostalgia permanente.
Prendí un cigarrillo y sin saber fumar lo fumé. Con el cigarro entre los dedos recordé presto que la existencia se reduce a una sola y constante espera, al final de ésta sólo nos llega la muerte, una luciérnaga gris que entre sus alas comienza a sentir una completa e incontrolable angustia y que de tanto volar sobre la mierda cae repentinamente sobre ella. Apague el cigarrillo y prendí el televisor, revise con nula importancia la computadora de Dulce y justo cuando el aburrimiento puso en ruinas mi razón, me enfrasque a escudriñar cientos de papelitos regados en toda la habitación.
Dulce no tiene ordenados sus sueños, no es de las mujeres que agendan sueños, se va dando a la vida.
Sobre los cajones, buros, encima del teléfono, incluso en las paredes había notas rojas, verdes, amarillas, y en cada una de esas notitas daban origen a muchos escondites pequeñitos de la realidad.
Me gusta tanto Dulce porque escribe lo que se le viene a la mente, sus pensamientos son un montón de recordatorios escritos sobre papelitos multicolores regados por toda la habitación.
Una dice: “121221-227462381217411 llamar hermano Iván”
Aquella notita me la guarde en bolsillo.
Alexa se tumbó nuevamente sobre la cama, dudaba en huir de aquel sitio o quedarse un rato más, sentía que aquel aposento en realidad le pertenecía a algún gigante desconocido.
Aquel aposento me hace sentir un cansancio viciado gigantesco, me hundo sobre la enorme cama del gigante, siento un halito de tu respiración, siento un brazo tuyo recorriendo mi pecho hasta llegar a mi boca, siento tú boca húmeda frente a la mía, siento como pierdo todos sentido de la realidad, me voy hacia un proceso mental de ensoñación, rápidamente hago mis maletas y parto hacia el sueño.
PARTE DOS
En el sueño…
En el sueño es lo mismo, una imagen de tú habitación idéntica a la realidad se pone de frente en mi conciencia. Veo tú cama, me tumbo en ella, rápidamente me quedo dormida, la ventana sigue abierta, por ahí se asoman varias personas, husmean detrás de las cortinas, me escondo detrás de las cobijas, siempre hay algo detrás de alguien, sigo durmiendo, siento tu abrazo en mi piel, me despierto enseguida y me voy al baño, me miro al espejo y ahora soy tu.
Pienso en Alexa, sólo un poco no mucho, me duele, pero pronto comenzare a olvidarme de este sueño, lugar donde se esconde la realidad.
El escondite es largo, tiene la forma de un pasillo angosto e infinito, la madera se alza sobre sus muros y justamente cada siete pasos uno encuentra una escalera que le conduce hacia un nivel más alto y otro más bajo, pero cabe mencionar que en este escondite de la realidad las cosas de arriba son las de abajo. O sea, si uno cree subir en realidad por ser precisamente un escondite baja y así sucesivamente a la inversa.
Un día mientras leía uno de tus pensamientos hechos notas de papel, me topé con un escondite parecido al que describe anteriormente- y me dirige a la siguiente dirección “121221-227462381217411 llamar hermano Iván”
-¿El de los escalones que suben en lugar de bajar? –Dijo un tipo asomado en la ventana detrás de la cortina-
No, conteste de súbito y presto se desvaneció, las cortinas no me dejaron ver su rostro pero sin lugar a dudas se dirigía a mí.
Decidí entonces adentrarme a ese primer escondite de la realidad, una vez allí encontré unas primeras escaleras que subían en lugar de bajar, en el cuarto escalón de una de las cinco primeras escaleras halle sorpresivamente un envase vacio de Mirinda lo tome entre mis manos y subí por la escalera de en medio pero a la vez baje en el quinto escalón de esa misma escalera, al dar el ultimo subidón con mi pie izquierdo me topé con un anciano en tirantes, camisa almidonada y en calzones, por inercia lo seguí, su mirada me inspiraba cierto derrotismo y eso mismo lo hacia interesante. El hombre a su vez tomó una botella de cristal de Pepsi cola justamente en la escalera que seguía del cuarto escalón de esta misma y se la coloco en los labios, los dedos de la mano derecha comenzaron a moverse sobre el envase y parecía como si tocara la trompeta.


El espacio fue abriéndose, los escalones de las escaleras comenzaron a enflaquecer hasta formar una superficie lisa y plana, las cuales formaron a su vez muros de madera.
El espacio se abrió tanto que el anciano quedo de un lado opuesto al mío, la distancia era enorme y apenas si alcanza a mirar su silueta del otro lado, aun con el envase de Pepsi cola en las manos asemejando tocar una trompeta por la forma en la que soplaba aquel envase.
Un montón de músicos comenzaron a entrar por una puertecita, al parecer no se sorprendían de encontrarnos en aquel espacio de muros de madera. El lugar después de haber estado largo tiempo silencioso comenzó a llenarse de ruidos y gente, el humo de los cigarros invadía el espacio, las botellas de cerveza iban de un lado a otro, yo me quedé estupefacta pues por ningún motivo podía moverme, algo me decía que ellos, los músicos, los de la otra realidad no sabían de mi existencia. El anciano desde el otro lado seguía soplando el envase vacío.
De un momento a otro comenzó a sonar un danzón titulado “Teléfono a larga distancia” interpretada por la famosísima e intencional Acerina y su Danzonera.
El redoblete del tambor dio la señal de inicio, las trompetas comenzaron a sonar, el anciano convirtió su envase vacio de Pepsi cola en una flauta hermosísima, los hombres saxofonistas se quitaron los sombreros para tocar aquel danzón, el humo del cigarrillo comenzó a quedarse atrapado en los techos de aquel escondite enorme de al realidad. La primer parte del danzón término lentamente, el lugar se oscureció por completo, los músicos se desvanecieron, el humo se fue opacando, las nubes grises que invadían la oscuridad se posaron al menos en mis ojos. Una sola luz ilumino al anciano, la botella de Pepsi cola comenzó a emitir sonidos parecidísimos a los de una trompeta y con ella interpretaba un solo musical para la imaginación. Se trataba del famoso solo musical de teléfono a larga distancia, el acompañamiento musical seguía pero los músicos habían desaparecido debido a la oscuridad, no sabia a ciencia cierta si seguían ahí, pero la música sin músicos no es música por ello supuse que todos seguían en sus lugares, sólo que haciéndole frente a la oscuridad repleta de soledad por todas partes.
El anciano interpreto aquel solo musical celestial, al terminar cambio de posición y justo cuando lo hizo, lo tenía casi frente a mi rostro, la botella de Pepsi cola me daba pequeños golpecitos en la nariz. El anciano me tomo de las manos y me invito a tocar mi envase vacio de Mirinda como si se tratase de una trompeta.
Enseguida me encontré muy lejos de su presencia, ahora sólo veía su figura alejada de mi propio campo de la realidad. Tome la botella de Mirinda y me la puse en la boca, el sonido que emití fue un solo maravilloso, enseguida sentí como me ahogaba, como el corazón bombeaba sangre a presión, eso me indico callar de inmediato, el anciano a lo lejos siguió con el solo y después de unas cuantas notas callo al igual que yo, síntoma de que era mi turno para seguir tocando mi envase vacio de Mirinda hecho trompeta. Callé y el siguió, él callo y yo seguí.
Cuando salí de aquel escondite de la realidad, Dulce mi novia se había ido con otra chica a jugar rayuela.

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