Imelda desnuda de toda conformidad, y sin ropas, buscó en la bolsa izquierda de su pantalón una moneda de dos pesos para entrar en la estación del metro Chilpancingo. El pantalón lo paso de una mano a otra y saco por fin la moneda.
Imelda pensaba que en ocasiones es bueno buscar la felicidad por donde uno nunca se imaginaria hallarla.
Aquella mañana la estación del metro se encontraba atestada de gente que emergía una y otra vez de la tierra como gusanos hambrientos de frustración, masas de gusanos grises, con las bocas llenas de sequedad y las manos cansadas de tanto tratar.
Los niños por su lado y sin ojos caminaban angustiados con las mochilas en los hombros cansados, mientras el sol con sus rayos se robaba lo poco que quedaba de luz con el fin de satisfacerse a si mismo. La luz de pronto había puesto fecha de caducidad.
Es preciso decirte que te amo. Decía un hombre a una mujer, este con la bragueta abierta y un chaleco que portaba, dicha vestimenta le hacia parecer un vendedor de seguros. En eso las puertas del metro se cerraron como en automático.
El ambiente describía una angustia plena y escalofriante, el ambiente es tenso, decía la mujer costarricense, mientras una picazón en la nariz le destrozaba en ese instante su tranquilidad, era como si un viejo amor se le metiera por las narices.
Un barco salía de la avenida principal, los peces tripulan el barco, La habana se asoma en mis narices, mi respiración me envuelve en todo este aroma de mar, una fuerza es tan sólo la multiplicación de mar y arena, es la fuerza del ambiente costero en cuba. Decía otro pasajero, mientras hablaba por celular quien sabe con quien.
Siento un aire relámpago Imelda, me apena tu desnudez en pleno vagón del metro, nunca creí que te atrevieras a tanto, digo, te creía loca pero esto ya es demasiado, mira toda la gente como te ve, Imeldita no es por ser aguafiestas pero toda la gente te observa.
Yo siento como si te fueras para siempre como el aire.
¿Vos me podes decir que eres? Pregunta Imelda a su acompañante sombrío y ajeno a toda realidad. Tu tan sólo me acompañas a todo lados, es tú única función amor mío.
¿Quién soy? Dice la sombra mientras es borrada del mapa en pleno VAGON DEL METRO. Las sombras terminan juntándose las unas con las otras. Las sombras son infieles por naturaleza, siempre buscan una pequeña luz proveniente de otras, la más cercana quizás, a lo mejor la más lejana a veces.
No soy nadie cariño mío, soy tan sólo un pedacito de felicidad pasajera, soy el habitante extranjero que vive en tu ser, soy tan sólo el instante que permanece para siempre en tú memoria, un trozo del tiempo pasado, un recuerdo pequeño tan pequeño que todos los días lo abres como buen libro en tú memoria.
Es que sucede que ya no disfruto la vida, me cuesta trabajo repasar el pasado, ese pasado en donde yo buscaba una moneda en el aire y el destino me encontraba en el piso, después viajaba horas interminables en el metro, ese metro de los ayeres, ese metro en donde la amargura aun no se había convertido todavía en pasajera. Recuerdo el arte infinito, lo recuerdo algunas veces como la mujer que me hizo escribir por demás, la mujer que me enseño a vivir en la miseria pero feliz.
¿Vos la recordas?
Rayuela ya ni la recuerda, tú ya no la recuerdas, ahora te la pasas con Moseprau en las tiendas departamentales, tratando de olvidar la pobreza, tratando de vender lo que compras y cuando compras vendes lo que todavía ni siquiera posees. Es más al parecer creo que nuestro destino convertido en futuro esta vendido desde antes de anunciar la subasta de la vida.
Cuanto te queda en la cuenta. Es una pregunta muy sabia. En la cuenta de la vida aun me restan algunos sueños por cumplir, algunos largos, otros no tanto, peor aun, quisiera sumergirme en el fondo del agua, escapar, huir, huir de ella, huir de mi misma.
Como alguna vez lo dije, sucede que el soñador huye cuando ya esta muerto, y huye para no morir pero es imposible porque ya esta muerto, muere despierto.
Es que vos sos un mae bastante soñador, pensaste que el pasado se casaría contigo, pagándole un viaje al futuro, en dólares, el amor al menos para ti es de otro mundo, ella le pertenece al tiempo, tú no le perteneces, tu eras feliz, muy feliz, porque sos conservaba su propia voluntad.
¿A que te refieres con voluntad?
Me refiero a ser libre con alegría, evolucionando a ratos en una ecuación matemática diferencial, donde se integra el infinito. Sucede que vos no entiende el arte infinito.
Es tan difícil dejar de soñar esta vida, al parecer los deliciosos suicidas terminan de soñar como a los 22 años.
Ahora estas entrando a tu etapa de finalización de sueños, es momento de suicidarte, ha llegado tu hora de morir.
¿Y como es que vos te suicidaras? Dice Imelda mientras el metro se queda inmóvil en algún lugar del túnel.
Pues lo tengo todo planeado. Me aventare a las vías del metro.
Eso es muy fácil, justo en el momento en el que el pinche metro pare en la estación, me aventare.
¿Crees que de esa forma terminen mis días de soñador inmaculado?
Convencido de aquella pregunta Imelda respondió de inmediato. Eso va a ser muy doloroso, imagínese. Hace una pausa. Brazos y piernas quedaran esparcidos en todas las vías del tren. Sin embargo estoy segura que sólo asi, serás maravillosamente normal, una vez que te aplaste el cráneo las llantas del metro, vos ya no podrá soñar nada de nada. Eso será estupendo, quiero estar ahí para verlo con mis propios ojos.
Ojala eso que dice usted coadyuve a desanimar esta feliz locura que vive en mi. Deseo ser tan triste como usted sombra mía.
Unas mariposas tomaron un vuelo interminable, de pronto atestaron el vagón del metro con dulces sonidos de primavera, algo resurgió en Imelda, una parte inmóvil de su ser resurgía con el solo hecho de observa una de estas cándidas mariposas tan libres, tan amarillas que se posaban de pronto en los perfectos suicidas, con colores rosas, y dóciles a la vez que fuertes, en contra del viento celebraban la vida a carcajadas pausadas pero intermitentes también. Las mariposas de los sin colores casi amarillas, infinitas, bellas e increíbles ante la mirada de los pasajeros revoloteaban con sus alas en el vagón del metro en horas y horas, sacudiendo en sus alas su cansancio y quizás hayan permanecido por el resto de esta vida en las cabezas de los viajantes. Cuando el vagón abría nuevamente las puertas en otra vida estas salían del vagón y entraban sus antepasados, quizás a la misma vida, no lo sé, pudo haber sido otra, pero eso si, siempre lo hacían en el mismo vagón, con diferentes colores y a veces hasta sin alas volaban.
Una mariposa un día hablo con Imelda un idioma humano diciendo:
Tienes que ser feliz, porque la vida se abre como mis alas, la vida se cierra como ellas cuando uno hecha el vuelo. Volando territorios inimaginables, uno vuela la vida, y cuando cierran las alas uno pierde todo sentido de orientación y cuando la vida se acaba, las alas de la mariposa toman de aposento infinito la hoja de una flor en primavera y por miedo las mariposas se quedan ahí para siempre.
Quisiera sentir la piel de la libertad, quisiera huir de todos, hace días le dije a la mariposa que si quería ser mi mujer, mientras ella con sus alas se alejaba, y tomando el vuelo a quien sabe donde, ésta se iba convirtiendo en un anillo que poco a poco fue borrándose de mi memoria, sin embargo el aire apestaba, la putrefacción del sistema compra y venta se pegaba como chicle a la lengua de los hombres que por los siglos de los siglos utilizaban dicho órgano para comprar y vender al mejor postor las palabras.
El postor, el impostor, quizás es el que caza a las mariposas, el que anda por los vagones del metro arropando conciencias con trajes de moda. Y no digo esto porque sea algo sagrado el desnudo, sólo lo digo porque ya no tengo nada más que decir, yo misma vivo desnuda.
Salgo desnuda por la calle, los deliciosos suicidas me miran estupefactos saben que eso es cosa de otro mundo, manías del diablo quizás, de la locura en mariposas que observo todos los días.
Ese día en que Imelda salió desnuda a la calle por primera vez en su vida, ese día en el que se lleno la cabeza de flores y tomo el primer metro que paso, ese día en que una moneda al aire le hizo decidir su futuro ese dia hubo como unos veinte suicidios.
Águila o sol, desnuda o nada decidió Imelda, mientras su sombra caminaba justo al lado de su bella figura sin ropas por el vagón del metro.
¡Señores pasajeros se va a llevar mi cuerpo desnudo por la mínima cantidad de tiempo!
Las sombras de los deliciosos suicidas miraban a Imelda, mientras hurgaban en sus bolsillos buscando desesperadamente siglos.
Imelda pensaba que en ocasiones es bueno buscar la felicidad por donde uno nunca se imaginaria hallarla.
Aquella mañana la estación del metro se encontraba atestada de gente que emergía una y otra vez de la tierra como gusanos hambrientos de frustración, masas de gusanos grises, con las bocas llenas de sequedad y las manos cansadas de tanto tratar.
Los niños por su lado y sin ojos caminaban angustiados con las mochilas en los hombros cansados, mientras el sol con sus rayos se robaba lo poco que quedaba de luz con el fin de satisfacerse a si mismo. La luz de pronto había puesto fecha de caducidad.
Es preciso decirte que te amo. Decía un hombre a una mujer, este con la bragueta abierta y un chaleco que portaba, dicha vestimenta le hacia parecer un vendedor de seguros. En eso las puertas del metro se cerraron como en automático.
El ambiente describía una angustia plena y escalofriante, el ambiente es tenso, decía la mujer costarricense, mientras una picazón en la nariz le destrozaba en ese instante su tranquilidad, era como si un viejo amor se le metiera por las narices.
Un barco salía de la avenida principal, los peces tripulan el barco, La habana se asoma en mis narices, mi respiración me envuelve en todo este aroma de mar, una fuerza es tan sólo la multiplicación de mar y arena, es la fuerza del ambiente costero en cuba. Decía otro pasajero, mientras hablaba por celular quien sabe con quien.
Siento un aire relámpago Imelda, me apena tu desnudez en pleno vagón del metro, nunca creí que te atrevieras a tanto, digo, te creía loca pero esto ya es demasiado, mira toda la gente como te ve, Imeldita no es por ser aguafiestas pero toda la gente te observa.
Yo siento como si te fueras para siempre como el aire.
¿Vos me podes decir que eres? Pregunta Imelda a su acompañante sombrío y ajeno a toda realidad. Tu tan sólo me acompañas a todo lados, es tú única función amor mío.
¿Quién soy? Dice la sombra mientras es borrada del mapa en pleno VAGON DEL METRO. Las sombras terminan juntándose las unas con las otras. Las sombras son infieles por naturaleza, siempre buscan una pequeña luz proveniente de otras, la más cercana quizás, a lo mejor la más lejana a veces.
No soy nadie cariño mío, soy tan sólo un pedacito de felicidad pasajera, soy el habitante extranjero que vive en tu ser, soy tan sólo el instante que permanece para siempre en tú memoria, un trozo del tiempo pasado, un recuerdo pequeño tan pequeño que todos los días lo abres como buen libro en tú memoria.
Es que sucede que ya no disfruto la vida, me cuesta trabajo repasar el pasado, ese pasado en donde yo buscaba una moneda en el aire y el destino me encontraba en el piso, después viajaba horas interminables en el metro, ese metro de los ayeres, ese metro en donde la amargura aun no se había convertido todavía en pasajera. Recuerdo el arte infinito, lo recuerdo algunas veces como la mujer que me hizo escribir por demás, la mujer que me enseño a vivir en la miseria pero feliz.
¿Vos la recordas?
Rayuela ya ni la recuerda, tú ya no la recuerdas, ahora te la pasas con Moseprau en las tiendas departamentales, tratando de olvidar la pobreza, tratando de vender lo que compras y cuando compras vendes lo que todavía ni siquiera posees. Es más al parecer creo que nuestro destino convertido en futuro esta vendido desde antes de anunciar la subasta de la vida.
Cuanto te queda en la cuenta. Es una pregunta muy sabia. En la cuenta de la vida aun me restan algunos sueños por cumplir, algunos largos, otros no tanto, peor aun, quisiera sumergirme en el fondo del agua, escapar, huir, huir de ella, huir de mi misma.
Como alguna vez lo dije, sucede que el soñador huye cuando ya esta muerto, y huye para no morir pero es imposible porque ya esta muerto, muere despierto.
Es que vos sos un mae bastante soñador, pensaste que el pasado se casaría contigo, pagándole un viaje al futuro, en dólares, el amor al menos para ti es de otro mundo, ella le pertenece al tiempo, tú no le perteneces, tu eras feliz, muy feliz, porque sos conservaba su propia voluntad.
¿A que te refieres con voluntad?
Me refiero a ser libre con alegría, evolucionando a ratos en una ecuación matemática diferencial, donde se integra el infinito. Sucede que vos no entiende el arte infinito.
Es tan difícil dejar de soñar esta vida, al parecer los deliciosos suicidas terminan de soñar como a los 22 años.
Ahora estas entrando a tu etapa de finalización de sueños, es momento de suicidarte, ha llegado tu hora de morir.
¿Y como es que vos te suicidaras? Dice Imelda mientras el metro se queda inmóvil en algún lugar del túnel.
Pues lo tengo todo planeado. Me aventare a las vías del metro.
Eso es muy fácil, justo en el momento en el que el pinche metro pare en la estación, me aventare.
¿Crees que de esa forma terminen mis días de soñador inmaculado?
Convencido de aquella pregunta Imelda respondió de inmediato. Eso va a ser muy doloroso, imagínese. Hace una pausa. Brazos y piernas quedaran esparcidos en todas las vías del tren. Sin embargo estoy segura que sólo asi, serás maravillosamente normal, una vez que te aplaste el cráneo las llantas del metro, vos ya no podrá soñar nada de nada. Eso será estupendo, quiero estar ahí para verlo con mis propios ojos.
Ojala eso que dice usted coadyuve a desanimar esta feliz locura que vive en mi. Deseo ser tan triste como usted sombra mía.
Unas mariposas tomaron un vuelo interminable, de pronto atestaron el vagón del metro con dulces sonidos de primavera, algo resurgió en Imelda, una parte inmóvil de su ser resurgía con el solo hecho de observa una de estas cándidas mariposas tan libres, tan amarillas que se posaban de pronto en los perfectos suicidas, con colores rosas, y dóciles a la vez que fuertes, en contra del viento celebraban la vida a carcajadas pausadas pero intermitentes también. Las mariposas de los sin colores casi amarillas, infinitas, bellas e increíbles ante la mirada de los pasajeros revoloteaban con sus alas en el vagón del metro en horas y horas, sacudiendo en sus alas su cansancio y quizás hayan permanecido por el resto de esta vida en las cabezas de los viajantes. Cuando el vagón abría nuevamente las puertas en otra vida estas salían del vagón y entraban sus antepasados, quizás a la misma vida, no lo sé, pudo haber sido otra, pero eso si, siempre lo hacían en el mismo vagón, con diferentes colores y a veces hasta sin alas volaban.
Una mariposa un día hablo con Imelda un idioma humano diciendo:
Tienes que ser feliz, porque la vida se abre como mis alas, la vida se cierra como ellas cuando uno hecha el vuelo. Volando territorios inimaginables, uno vuela la vida, y cuando cierran las alas uno pierde todo sentido de orientación y cuando la vida se acaba, las alas de la mariposa toman de aposento infinito la hoja de una flor en primavera y por miedo las mariposas se quedan ahí para siempre.
Quisiera sentir la piel de la libertad, quisiera huir de todos, hace días le dije a la mariposa que si quería ser mi mujer, mientras ella con sus alas se alejaba, y tomando el vuelo a quien sabe donde, ésta se iba convirtiendo en un anillo que poco a poco fue borrándose de mi memoria, sin embargo el aire apestaba, la putrefacción del sistema compra y venta se pegaba como chicle a la lengua de los hombres que por los siglos de los siglos utilizaban dicho órgano para comprar y vender al mejor postor las palabras.
El postor, el impostor, quizás es el que caza a las mariposas, el que anda por los vagones del metro arropando conciencias con trajes de moda. Y no digo esto porque sea algo sagrado el desnudo, sólo lo digo porque ya no tengo nada más que decir, yo misma vivo desnuda.
Salgo desnuda por la calle, los deliciosos suicidas me miran estupefactos saben que eso es cosa de otro mundo, manías del diablo quizás, de la locura en mariposas que observo todos los días.
Ese día en que Imelda salió desnuda a la calle por primera vez en su vida, ese día en el que se lleno la cabeza de flores y tomo el primer metro que paso, ese día en que una moneda al aire le hizo decidir su futuro ese dia hubo como unos veinte suicidios.
Águila o sol, desnuda o nada decidió Imelda, mientras su sombra caminaba justo al lado de su bella figura sin ropas por el vagón del metro.
¡Señores pasajeros se va a llevar mi cuerpo desnudo por la mínima cantidad de tiempo!
Las sombras de los deliciosos suicidas miraban a Imelda, mientras hurgaban en sus bolsillos buscando desesperadamente siglos.
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