Tramoya ilusión
El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma.
Arthur Miller
Y dijo un dios:
Hagamos al tramoyista a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra, las ilusiones…
La vida cae de golpe mientras los espectadores se terminan un pedazo de vida en forma de función. Decía el viejo tramoyista mientras el primer acto daba inicio como todos los viernes por la tarde en el teatro de las ilusiones. La vida pasa inalcanzable como los Ferry’s que miraba siendo una niña- Dijo la mujer tramoyista- Esos gigantescos barcos que embarcaban en las costas marinas quienes detrás de la verde ilusión por crecer hacían con su movimiento navegar la misma vida.
¿Te refieres a esos barcos enormes con sus nombres empuñando la mar? –Pregunto el tramoyista, sin recibir contestación-
La mujer tramoya, perdida en la mirada de una niña de ojos en forma de vías lácteas quien se encontraba saltando la cuerda que a su vez tenia la forma de un reloj descompuesto, toda ella entre los dedos de la mano de un gigante mitad cisne, mitad humano asimétricamente hablando fue en ese preciso instante que la mujer comenzó a experimentar una sensación como de vacio, como si parte de su pasado se volcara en la imagen sombría de un ahogamiento, la falta de aire, el gigante mar devorando con sus dedos olas el cuerpecillo de la niña. La tramoyista se deslizo con las rodillas a oscuras sobre el techo del foro buscando una lámpara con que alumbrar uno de los tableros de control al tiempo de olvidar aquel sentir.
Enseguida el tramoyista dijo -Supongo que tu infancia se despego de ti como la hoja se desprende de los arboles frondosos en Otoño- Su mirada apuntaba hacia el techo, las pupilas casi se le despegaban y el olor anunciaba el abrir de la gran cortina del foro- ¿En cuanto tiempo puede suceder eso? ¿Te refieres al desprendimiento de la hoja? –Contesto en forma de pregunta el hombre-
Asintió la tramoyista. La niñez se desprende en menos de un segundo, como las hojas, sólo se necesita la presencia de un ventarrón, no sólo para desprender la hoja, sino para arrancar la raíz del árbol, derribarlo con todo y hojas. De un momento a otro comenzó a escucharse el inicio de la primera melodía que acompañaría el relato dramático de esa noche. Las castañuelas inundaron de sonidos el lugar así como una bella sinfónica de pájaros compactados en la copa de un árbol y la presencia de un atardecer irremediable como parte de la escenografía en el primer acto.
El tramoyista retomo la conversación diciendo - Una vez que el alma infantil se ha despegado de nuestro ser, queda un ahora repleto por todos lados de sombras, un ahora solitario, enseguida las cosas y la mar se vuelven infinitas, la soledad crece desmesuradamente. Cuando uno se da cuenta las manos y las plantas de los pies son demasiado grandes palpar la verdadera y microscópica felicidad es imposible. Por ejemplo…-Añadió el hombre no sin antes hacer una pausa- Yo de niño pensaba que algún día lograría caminar sobre la superficie del mar sin hundirme.
En eso ambos tramoyistas comenzaron echar andar una de las cuerdas que sostenía desde una de las orillas del techo la forma de un barco en alta mar, como parte de la escenografía. Paralelamente comenzaron a accionar los botones de un tablero de control que hacía subir y bajar un atardecer así como unas luces que dibujaban de colores marrón y verde la bandera de una nación desconocida, además de otras actividades dignas de su trabajo.
Del cuarto de los tramoyistas alcanzaba a escucharse una melodía que iba describiendo armoniosamente ecos de un tal Peter Plata. En la salida de la habitación un pasillo atravesaba transversalmente la melodía y al hacerlo resonaba la música con un coro caribeño casi divino:
¡Óyeme mi lola!
¡Tú para la calle no me sales sola!
porque en la esquina de la calle Caracas
para un muchacho que le dicen Peter Plata
Las manos desgastadas del hombre tramoya hablaban al igual que su boca seca -A los seis años de vida para cualquier ser humano, lo sepa o no, es decir…De súbito el hombre se inmuto, alterando su frágil semblante y voz. En seguida el hombre llenó como por automático sus pulmones de aire como si una ola se lo tragara y de inmediato saliera a la superficie no sin antes proseguir con su relato; el agua marina no era lo importante, más bien lo que hacía tangible la mar eran los maravillosos barcos, con su capitán a bordo. El tramoyista quien jalaba de un lado y otro una polea gigantesca, junto con un esfuerzo combinado en piernas y brazos, montado en una especie de bicicleta mágica, en su mirada se manifestaba tiernamente el papel protagónico del movimiento.
El Tramoyista es liberador de movimiento, con sus manos discute con los engranes y las poleas, va descubriendo costas marinas, un amor en alta mar, piratas taciturnos, poetas nadadores y delfines en forma de taxis marinos. En un jalón, otro y otro las enormes cuerdas que sujetan las ilusiones de carton se doblan como si fueran materiales altamente flexibles e indestructibles para la imaginación. Y de pronto: ¡Se hace la mar, toda ella dulcísima y encantadora!
Los despliegues de la encantadora escenografía hacían que involuntariamente los actores, director y la gente “gourmet” se congratularan de esfuerzos ajenos.
Pero lo que la gente Gourmet desconocía es que el amo y dueño de las ilusiones era el tramoyista y su mujer. Querido lector, permítame aclarar lo siguiente: En realidad la gente gourmet sabía de la valiosa aportación del tramoyista y su mujer, sin embargo entre las fibras de polietileno de alta densidad que conformaban los genes de su cerebro se alojaba envidiosa la realidad. Olvidarlo, eso era lo que hacían cada noche al dar inicio la función.
Los reflectores seguían parpadeando entusiasmados, en cada abrir y cerrar de ojos iban iluminando el interior del teatro de las ilusiones, aquella luces iban hallando entre el escenario y las butacas similitudes de posición en espacio y tiempo fantástico. El aliento del gigante dormido también era iluminado como esferitas de polvo que salían de la misma luz proyectada.
Cuando el primer acto del relato dramático termino, los dos tramoyistas tomaron un pequeñísimo descanso. Uno de ellos se enfilo hacia la única ventana que daba a la calle y la abrió, enseguida una fuerte corriente de aire entro en la sala y fue derrumbando a su paso todas las cosas que pudo.
Le voy a decir algo. -Dijo el tramoyista montado aun en la bicicleta estática mágica,- Cuando era niño me preguntaba que tipo de gente era la que viajaba en barco, hacia donde se dirigía toda esa gente, por qué diablos se iban así nada más, por qué huían, qué caso tenia cambiar de lugares y sitios para vivir. Y hasta le fecha me sigo preguntando que caso tiene ser viajero. En cualquier sitio todo es lo mismo-Dijo el hombre retirando de sus manos unos guantes de gamuza café. Lo único que cambia es la forma de acomodar las cosas. Finalmente en todas partes del mundo la gente come, duerme, coge, sueña, asiste al teatro sin darse cuenta, todo es lo mismo aquí y allá, la mezcla de las cosas es la que cambia.
Por ejemplo, en Rusia las verduras se comen con un poco de sal y vinagreta, en España un poco menos, en México todo sabor es picante y así sucesivamente. En todos lados la gente muere y a veces con un poco de fe resucitan. Como decía mi abuelo Colombiano: En todos lados son las mismas vainas. El hombre hizo una pausa acomodo sus zapatos rojos nuevamente en los pedales y siguió su andar en la bicicleta estática. La mujer por su parte apago la radio y se dirigió hasta la ventana, el aire le estaba congelado los recuerdos. A veces quisiera perderme en un túnel decía la mujer mientras cerraba la ventana, pero después me contento con pensar que quizás no soportaría ni media hora encerrada dentro de un túnel oscuro y solitario. La mujer del tramoyista le dio una ultima bocanada al cigarrillo y enseguida lo tiro lo piso, como quien desecha en el acto una mentira. De pronto dijo emocionada-¡Calando con los ojos mi propio cosmos!… ¿Se imagina usted? ¡El propio cosmos! Y no este pinche teatro en el que somos esclavos de subir y bajar ilusiones.
No se ponga sentimental- Dijo su esposo- Quizás su problemita se deba a que no puede convivir con usted misma quince minutos. Me da mucha risa pensar todas esas vainas sobre problemas existenciales. –Dijo el tramoyista mientras una sonrisa se iba lentamente desdibujando-
De inmediato se hizo un silencio entre ambos…
Sin percatarse ambos tramoyas, la cortina del teatro se abría irremediablemente para dar comienzo al segundo y ultimo acto de la noche-
¿Qué diablos sucede?-Pregunto la mujer del tramoyista- ¿Quién levanto la cortina? ¿Fuiste tú? Dijo sorprendida la mujer con los ojos bien abiertos. El hombre tramoya contesto sin mucho entusiasmo, la bicicleta magica no se movía, los pedales se habían trabado, la cadena de la bicicleta se había salido de su lugar- Seguramente fue aquella corriente de aire abismal que casi todas las noches nos arruina la función. Te dije que cerraras la ventana. Añadió sin mucho ánimo el hombre tramoya.
Para el siguiente acto era preciso accionar una maquina de aire para simular una tormenta, aquella labor era la más ardua de toda la función. El tramoyista y su mujer iban y venían, saltaban, doblegaban obstáculos, jalaban cuerdas de todo tipo, abrían y cerraban puertas, dichas acciones se repetían una por una.
Sepa usted que con valor he soportado mis quince minutos de fama por este teatro llamado vida, aunque en realidad son veintidós años cumplidos a la fecha. ¿Lo dices por el tiempo que dura la escena de la tormenta?-Pregunto el tramoyista a su mujer- Esta asintió con la cabeza, mientras su mirada y sus manos estaban perdidas en el rodar de una polea.
La noche que no podía admirarse desde el cuarto de tramoyistas cayó de golpe. La gran cortina del escenario era parecidísima a la cortina de la ventana por donde entraba el aire que todo lo derrumbaba. En seguida la cortina fue bajando lentamente y el aliento del gigante en forma de luz se iba desvaneciendo poco a poco, el polvito o las trazas de ilusiones habían desaparecido pero permanecían alojadas en las sombras de la oscuridad.
Al terminar la función, la noche, el atardecer, las nubes, los actores, dramaturgo, director, la niña de los ojos vías lácteas, así como el club de la gente gourmet con todo y butacas fueron recogidos uno a uno del escenario por ambos tramoyistas, sistema teatral y puesta en escena sólo eran de utilería.
ALEXA LIBRE.
El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma.
Arthur Miller
Y dijo un dios:
Hagamos al tramoyista a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra, las ilusiones…
La vida cae de golpe mientras los espectadores se terminan un pedazo de vida en forma de función. Decía el viejo tramoyista mientras el primer acto daba inicio como todos los viernes por la tarde en el teatro de las ilusiones. La vida pasa inalcanzable como los Ferry’s que miraba siendo una niña- Dijo la mujer tramoyista- Esos gigantescos barcos que embarcaban en las costas marinas quienes detrás de la verde ilusión por crecer hacían con su movimiento navegar la misma vida.
¿Te refieres a esos barcos enormes con sus nombres empuñando la mar? –Pregunto el tramoyista, sin recibir contestación-
La mujer tramoya, perdida en la mirada de una niña de ojos en forma de vías lácteas quien se encontraba saltando la cuerda que a su vez tenia la forma de un reloj descompuesto, toda ella entre los dedos de la mano de un gigante mitad cisne, mitad humano asimétricamente hablando fue en ese preciso instante que la mujer comenzó a experimentar una sensación como de vacio, como si parte de su pasado se volcara en la imagen sombría de un ahogamiento, la falta de aire, el gigante mar devorando con sus dedos olas el cuerpecillo de la niña. La tramoyista se deslizo con las rodillas a oscuras sobre el techo del foro buscando una lámpara con que alumbrar uno de los tableros de control al tiempo de olvidar aquel sentir.
Enseguida el tramoyista dijo -Supongo que tu infancia se despego de ti como la hoja se desprende de los arboles frondosos en Otoño- Su mirada apuntaba hacia el techo, las pupilas casi se le despegaban y el olor anunciaba el abrir de la gran cortina del foro- ¿En cuanto tiempo puede suceder eso? ¿Te refieres al desprendimiento de la hoja? –Contesto en forma de pregunta el hombre-
Asintió la tramoyista. La niñez se desprende en menos de un segundo, como las hojas, sólo se necesita la presencia de un ventarrón, no sólo para desprender la hoja, sino para arrancar la raíz del árbol, derribarlo con todo y hojas. De un momento a otro comenzó a escucharse el inicio de la primera melodía que acompañaría el relato dramático de esa noche. Las castañuelas inundaron de sonidos el lugar así como una bella sinfónica de pájaros compactados en la copa de un árbol y la presencia de un atardecer irremediable como parte de la escenografía en el primer acto.
El tramoyista retomo la conversación diciendo - Una vez que el alma infantil se ha despegado de nuestro ser, queda un ahora repleto por todos lados de sombras, un ahora solitario, enseguida las cosas y la mar se vuelven infinitas, la soledad crece desmesuradamente. Cuando uno se da cuenta las manos y las plantas de los pies son demasiado grandes palpar la verdadera y microscópica felicidad es imposible. Por ejemplo…-Añadió el hombre no sin antes hacer una pausa- Yo de niño pensaba que algún día lograría caminar sobre la superficie del mar sin hundirme.
En eso ambos tramoyistas comenzaron echar andar una de las cuerdas que sostenía desde una de las orillas del techo la forma de un barco en alta mar, como parte de la escenografía. Paralelamente comenzaron a accionar los botones de un tablero de control que hacía subir y bajar un atardecer así como unas luces que dibujaban de colores marrón y verde la bandera de una nación desconocida, además de otras actividades dignas de su trabajo.
Del cuarto de los tramoyistas alcanzaba a escucharse una melodía que iba describiendo armoniosamente ecos de un tal Peter Plata. En la salida de la habitación un pasillo atravesaba transversalmente la melodía y al hacerlo resonaba la música con un coro caribeño casi divino:
¡Óyeme mi lola!
¡Tú para la calle no me sales sola!
porque en la esquina de la calle Caracas
para un muchacho que le dicen Peter Plata
Las manos desgastadas del hombre tramoya hablaban al igual que su boca seca -A los seis años de vida para cualquier ser humano, lo sepa o no, es decir…De súbito el hombre se inmuto, alterando su frágil semblante y voz. En seguida el hombre llenó como por automático sus pulmones de aire como si una ola se lo tragara y de inmediato saliera a la superficie no sin antes proseguir con su relato; el agua marina no era lo importante, más bien lo que hacía tangible la mar eran los maravillosos barcos, con su capitán a bordo. El tramoyista quien jalaba de un lado y otro una polea gigantesca, junto con un esfuerzo combinado en piernas y brazos, montado en una especie de bicicleta mágica, en su mirada se manifestaba tiernamente el papel protagónico del movimiento.
El Tramoyista es liberador de movimiento, con sus manos discute con los engranes y las poleas, va descubriendo costas marinas, un amor en alta mar, piratas taciturnos, poetas nadadores y delfines en forma de taxis marinos. En un jalón, otro y otro las enormes cuerdas que sujetan las ilusiones de carton se doblan como si fueran materiales altamente flexibles e indestructibles para la imaginación. Y de pronto: ¡Se hace la mar, toda ella dulcísima y encantadora!
Los despliegues de la encantadora escenografía hacían que involuntariamente los actores, director y la gente “gourmet” se congratularan de esfuerzos ajenos.
Pero lo que la gente Gourmet desconocía es que el amo y dueño de las ilusiones era el tramoyista y su mujer. Querido lector, permítame aclarar lo siguiente: En realidad la gente gourmet sabía de la valiosa aportación del tramoyista y su mujer, sin embargo entre las fibras de polietileno de alta densidad que conformaban los genes de su cerebro se alojaba envidiosa la realidad. Olvidarlo, eso era lo que hacían cada noche al dar inicio la función.
Los reflectores seguían parpadeando entusiasmados, en cada abrir y cerrar de ojos iban iluminando el interior del teatro de las ilusiones, aquella luces iban hallando entre el escenario y las butacas similitudes de posición en espacio y tiempo fantástico. El aliento del gigante dormido también era iluminado como esferitas de polvo que salían de la misma luz proyectada.
Cuando el primer acto del relato dramático termino, los dos tramoyistas tomaron un pequeñísimo descanso. Uno de ellos se enfilo hacia la única ventana que daba a la calle y la abrió, enseguida una fuerte corriente de aire entro en la sala y fue derrumbando a su paso todas las cosas que pudo.
Le voy a decir algo. -Dijo el tramoyista montado aun en la bicicleta estática mágica,- Cuando era niño me preguntaba que tipo de gente era la que viajaba en barco, hacia donde se dirigía toda esa gente, por qué diablos se iban así nada más, por qué huían, qué caso tenia cambiar de lugares y sitios para vivir. Y hasta le fecha me sigo preguntando que caso tiene ser viajero. En cualquier sitio todo es lo mismo-Dijo el hombre retirando de sus manos unos guantes de gamuza café. Lo único que cambia es la forma de acomodar las cosas. Finalmente en todas partes del mundo la gente come, duerme, coge, sueña, asiste al teatro sin darse cuenta, todo es lo mismo aquí y allá, la mezcla de las cosas es la que cambia.
Por ejemplo, en Rusia las verduras se comen con un poco de sal y vinagreta, en España un poco menos, en México todo sabor es picante y así sucesivamente. En todos lados la gente muere y a veces con un poco de fe resucitan. Como decía mi abuelo Colombiano: En todos lados son las mismas vainas. El hombre hizo una pausa acomodo sus zapatos rojos nuevamente en los pedales y siguió su andar en la bicicleta estática. La mujer por su parte apago la radio y se dirigió hasta la ventana, el aire le estaba congelado los recuerdos. A veces quisiera perderme en un túnel decía la mujer mientras cerraba la ventana, pero después me contento con pensar que quizás no soportaría ni media hora encerrada dentro de un túnel oscuro y solitario. La mujer del tramoyista le dio una ultima bocanada al cigarrillo y enseguida lo tiro lo piso, como quien desecha en el acto una mentira. De pronto dijo emocionada-¡Calando con los ojos mi propio cosmos!… ¿Se imagina usted? ¡El propio cosmos! Y no este pinche teatro en el que somos esclavos de subir y bajar ilusiones.
No se ponga sentimental- Dijo su esposo- Quizás su problemita se deba a que no puede convivir con usted misma quince minutos. Me da mucha risa pensar todas esas vainas sobre problemas existenciales. –Dijo el tramoyista mientras una sonrisa se iba lentamente desdibujando-
De inmediato se hizo un silencio entre ambos…
Sin percatarse ambos tramoyas, la cortina del teatro se abría irremediablemente para dar comienzo al segundo y ultimo acto de la noche-
¿Qué diablos sucede?-Pregunto la mujer del tramoyista- ¿Quién levanto la cortina? ¿Fuiste tú? Dijo sorprendida la mujer con los ojos bien abiertos. El hombre tramoya contesto sin mucho entusiasmo, la bicicleta magica no se movía, los pedales se habían trabado, la cadena de la bicicleta se había salido de su lugar- Seguramente fue aquella corriente de aire abismal que casi todas las noches nos arruina la función. Te dije que cerraras la ventana. Añadió sin mucho ánimo el hombre tramoya.
Para el siguiente acto era preciso accionar una maquina de aire para simular una tormenta, aquella labor era la más ardua de toda la función. El tramoyista y su mujer iban y venían, saltaban, doblegaban obstáculos, jalaban cuerdas de todo tipo, abrían y cerraban puertas, dichas acciones se repetían una por una.
Sepa usted que con valor he soportado mis quince minutos de fama por este teatro llamado vida, aunque en realidad son veintidós años cumplidos a la fecha. ¿Lo dices por el tiempo que dura la escena de la tormenta?-Pregunto el tramoyista a su mujer- Esta asintió con la cabeza, mientras su mirada y sus manos estaban perdidas en el rodar de una polea.
La noche que no podía admirarse desde el cuarto de tramoyistas cayó de golpe. La gran cortina del escenario era parecidísima a la cortina de la ventana por donde entraba el aire que todo lo derrumbaba. En seguida la cortina fue bajando lentamente y el aliento del gigante en forma de luz se iba desvaneciendo poco a poco, el polvito o las trazas de ilusiones habían desaparecido pero permanecían alojadas en las sombras de la oscuridad.
Al terminar la función, la noche, el atardecer, las nubes, los actores, dramaturgo, director, la niña de los ojos vías lácteas, así como el club de la gente gourmet con todo y butacas fueron recogidos uno a uno del escenario por ambos tramoyistas, sistema teatral y puesta en escena sólo eran de utilería.
ALEXA LIBRE.
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